El navegante portugués bautizó esta región en 1520, pero detrás de ese nombre hay historia indígena, fuego simbólico y una visión europea del límite del mundo conocido.
En el extremo austral del continente sudamericano nos topamos con uno de los lugares más enigmáticos y poéticos del planeta: la Tierra del Fuego. Su nombre hace referencia, literalmente, al fin del mundo. Pero, ¿por qué se llama así? ¿Qué vio Fernando de Magallanes en su histórica expedición para bautizarla con ese nombre? Este es el verdadero origen del nombre “Tierra del Fuego”.
Cuando el mundo aún estaba incompleto
En el siglo XVI, Europa aún estaba dibujando los bordes del mundo. Tras el viaje de Cristóbal Colón en 1492, el Imperio español buscaba rutas alternativas hacia las Islas de las Especias (las islas Molucas de Indonesia), sin depender de las rutas africanas dominadas por los portugueses. Fue en ese contexto cuando un marino portugués al servicio de la Corona española, Fernando de Magallanes, propuso una travesía sin precedentes hasta aquel momento: llegar a Asia bordeando América por el sur.
Y así fue. La expedición zarpó el 10 de agosto de 1519 desde Sevilla y, tras recorrer la costa atlántica de Sudamérica, llegó en octubre de 1520 a un estrecho intrincado, desconocido y espectacular, entre fiordos, islas y tormentas. Estaban cruzando el paso que hoy conocemos como el Estrecho de Magallanes. Pues durante esas frías noches de travesía, la tripulación observó algo que les dejó perplejos; una serie de columnas de humo elevándose desde la costa.
Tierra de Humos, Tierra del Fuego
El explorador italiano Antonio Pigafetta, cronista de la expedición de Magallanes-Elcano, relató cómo los navegantes comenzaron a ver numerosas fogatas encendidas por los pueblos originarios que habitaban esas latitudes. Se trataba de los yámanas (o yaganes, que eran expertos canoeros que habitaban las costas y canales del sur fueguino, hasta el Cabo de Hornos), los selk’nam y los haush. Para estos pueblos, en un paisaje tan inhóspito y helado como este, el fuego lo era todo: calor, cocina, abrigo, rito y vida.
Los indígenas incluso llevaban pequeñas antorchas encendidas en sus canoas mientras navegaban. Esta imagen tan desconcertante, ver llamas flotantes en medio del mar, en la noche austral, impactó tanto a los navegantes europeos, que Magallanes bautizó la región como “Tierra de los Humos”. Pero el rey Carlos I de España, al leer los informes del cronista, corrigió: “Si hay humo, debe haber fuego”. Y así, poco a poco, llamando la isla como “tierra de humos” o “tierra de los fuegos”, nació el nombre que perdura hasta hoy: Tierra del Fuego, la puerta de entrada a la Antártida.
Finibusterre
El término “fin del mundo” hunde sus raíces en el imaginario europeo. En latín, “Finis terrae” significa “el fin de la tierra”, y se usaba para describir los últimos confines del mundo conocido. En Europa ya existían lugares asociados a esta idea, como el cabo Finisterre en Galicia o Land’s End en Inglaterra, el punto más occidental de la parte continental de este país.
Pero Tierra del Fuego se convirtió en el “fin del mundo” no solo por su ubicación geográfica, sino por cómo fue percibida. Se trataba de una tierra muy alejada, inhóspita, indomable, llena de misterios y de peligros. Un lugar donde se terminaban los mapas y comenzaba lo desconocido.
Los pueblos del fuego
Y, a pesar de que pueda parecer que Tierra del Fuego se llama así por la existencia de volcanes, esa no es la realidad, ya que la región no es volcánica. El fuego al que se hace referencia no es geológico, sino que formaba parte del gran abanico de hogueras humanas que se encendían en las comunidades. La región posee un clima húmedo, ventoso y frío todo el año; tanto que incluso en verano puede nevar, de ahí que las fogatas eran más que necesarias para los pueblos que vivían allí desde hacía más de 10.000 años.
Paradójicamente, quienes encendieron las fogatas que dieron nombre a la región fueron también los que más sufrieron tras la llegada de los europeos: enfermedades, desplazamientos y masacres diezmaron sus comunidades.