El Imperio español no se limitó a trasladar hombres y metales: hizo viajar paisajes y sabores por los océanos. Por las rutas atlánticas navegaron las vides para echar raíces en América.
Pocas plantas han tenido un impacto tan profundo en la historia cultural y económica del mundo como la vid. Y pocas naciones han contribuido tanto a su expansión global como lo hizo el Imperio español. Desde la llegada de Cristóbal Colón al Caribe en 1492, pasando por las misiones jesuíticas en California, la historia del vino y la vid es inseparable de la historia de España.
Sin ir más lejos, ya en el segundo viaje de Cristóbal Colónen 1493 se llevaron los primeros sarmientos de vid, probablemente de la región gallega de Ribeiro, cuyos vinos gozaban de gran prestigio en la Península. La intención no era solo comercial, sino también religiosa. La celebración de la eucaristía exigía vino, que no se producía en todas las latitudes; llegaba en barricas desde España, cruzando rutas y mares. No era muy eficiente, así que era hora de crear plantaciones en América.
Cómo se plantó la vid en América
La primera orden oficial de plantación de viñedos en el Nuevo Mundo la dio el explorador y conquistador español Hernán Cortés en 1525 en la recién conquistada Nueva España (actual México). Las vides prosperaron rápidamente en el altiplano mexicano gracias a la riqueza del suelo y a su buen clima y desde ahí se expandieron hacia el sur. No habría que esperar mucho hasta que en 1593, tal también conquistador español Francisco de Urdiñola, fundó la primera bodega comercial en Parras de la Fuente, Coahuila (México). Es considerada la vinícola más antigua de América.
México y varias provincias circundantes se convirtieron en el principal productor de América. No obstante, en 1595, la Corona española prohibió nuevas plantaciones en América (y añadió un impuesto del 2% de lo cosechado) por temor a que las colonias se volvieran autosuficientes y los vinos peninsulares se importaran cada vez menos (con la subsiguiente pérdida económica). Sea como fuere, el decreto fue ampliamente ignorado, especialmente por los jesuitas, quienes continuaron cultivando viñas para la producción de vino sacramental.
Poco a poco, las vides cruzaron los Andes hasta Chile y Argentina. En Chile, el conquistador Francisco de Aguirre (gobernador de Chile) es recordado por introducir los primeros sarmientos en 1554, dando origen a la cepa País, una uva antigua (la más antigua) y rústica que lograba (y logra) vinos con mucho carácter. En Argentina, los frailes jesuitas plantaron viñedos en Mendoza, por ejemplo, sentando las bases de una de las regiones vinícolas más importantes del mundo.
Los españoles llevaron no solo la vid al Nuevo Mundo, sino todo un arsenal agrícola que incluía trigo, cebada, olivos y frutales. Y aunque muchos cultivos se adaptaron con dificultad a los climas de América, la vid encontró en América unas condiciones ideales. Además, el vino se convirtió en factor determinante en la identidad cultural de las colonias; en un símbolo de civilización y fe.

Y también viajó a Asia
La expansión del vino no se limitó a América. Los portugueses, que eran rivales de los españoles en la carrera colonial, también llevaron vino a Japón en el siglo XVI. El misionero español de la Compañía de Jesús, Francisco de Jasso y Azpilcueta (San Francisco Javier) ofreció vino como obsequio a los daimyō japoneses, los terratenientes de Japón de la época, y los jesuitas introdujeron el consumo de vino en sus misiones. Aunque el cristianismo fue posteriormente prohibido en Japón, las primeras semillas estaban plantadas.
El vino como símbolo de poder imperial
En el siglo XVI, España era literalmente el centro del mundo. Controlaba una inmensidad de territorios en Europa, América, África y Asia, y el vino acompañaba a los conquistadores no solo como bebida, sino como emblema cultural. Hoy, el vino es parte esencial de la cultura en países como Argentina, Chile, México, Perú, Uruguay, Estados Unidos y Filipinas. Pero sus raíces comunes se encuentran en la Península Ibérica y en la epopeya de expansión del Imperio español.
Una herencia española que unida a la adaptabilidad y creatividad de los viticultores americanos, supieron aprovechar las tierras conquistadas para crear vinos que hoy compiten con los mejores del mundo.