Muchos emperadores tuvieron un final ignominioso. Y luego estaba Antonino Pío.
El Imperio Romano evoca imágenes de poderío militar, combates de gladiadores y hazañas de ingeniería, pero para los hombres que lo gobernaban, la vida era complicada y estaba llena de riesgos.
Julio César, cuyas luchas por el poder sentaron las bases para el ascenso del primer emperador Augusto, no fue el único aspirante a tirano que murió violentamente: algunos emperadores gobernaron solo durante unas semanas, mientras que otros tuvieron un final trágico a manos de sus guardaespaldas de confianza y familiares.
A los que sobrevivieron, su estatus imperial les dio la oportunidad de satisfacer sus caprichos y demostrar su poder, y sus obsesiones solían ser realmente extrañas. Desde exiliar a sus propios hijos hasta introducir un impuesto sobre la orina, los emperadores de Roma aprovecharon al máximo su control sin límites. Estos son algunos de los proyectos más ambiciosos, extraños y egocéntricos que emprendieron, y algunas de las formas más incómodas en las que terminaron su reinado.
Augusto desterró a su propia hija
En el año 18 a. C., el emperador Augusto aprobó un amplio conjunto de reformas morales conocidas como las Leyes Julianas, que buscaban revivir la virtud tradicional romana recompensando el matrimonio y castigando el adulterio. Por primera vez en la historia de Roma, la infidelidad se convirtió en un delito público en lugar de un escándalo privado, que acarreaba penas de exilio y confiscación de bienes.
Las leyes tenían por objeto modelar la disciplina cívica, pero su víctima más famosa fue la propia hija de Augusto, Julia, cuya glamurosa y notoriamente desenfrenada vida social pronto se convirtió en una vergüenza pública.
Escritores antiguos como Suetonio, Casio Dión y Veleyo Patérculo relatan que, cuando Julia fue declarada culpable de adulterio, su padre la exilió a la desolada isla de Pandateria (la actual Ventotene). Según Suetonio, permaneció allí durante cinco años antesde que Augusto le permitiera regresar al continente. Sin embargo, nunca la liberó del exilio y se sintió humillado por su comportamiento.
Cuando una de las confidentes de Julia, una antigua esclava llamada Febe, se ahorcó por esas mismas fechas, se dice que Augusto comentó: «Hubiera preferido ser el padre de Febe». Aunque Julia fue la que recibió el trato más duro, el deseo de Augusto de controlar y moldear a los miembros de su familia no se detuvo ahí. Según Suetonio, que escribió su biografía de los doce césares aproximadamente un siglo después de la muerte de Augusto, el emperador tenía un estilo de escritura muy particular.
Era tan distintivo que Augusto insistió en enseñar a sus herederos a escribir con el mismo estilo, entrenándolos «para imitar su letra». Este tipo de «microgestión escritural», escribe Tom Geue, profesor de Clásicas de la Universidad Nacional de Australia, «es exclusivo de Augusto» y ofrece pruebas de un deseo casi obsesivo de asegurar su legado replicándose a sí mismo en sus sucesores.
Claudio intentó cambiar el alfabeto
Al igual que con las leyes de la virtud de Augusto, el emperador Claudio (41-54 d. C.) también quería cambiar los fundamentos de la sociedad romana. Según Suetonio, intentó añadir nuevas letras al alfabeto latino: la antisigma Ↄ, que sonaba como una bs o una ps; Ⱶ, una media H que parece haber sido un sonido vocálico corto; y la digamma Ⅎ, que sonaba como una «w». Suetonio añade que Claudio incluso escribió un libro para explicar la teoría que las sustentaba.
Aunque esto pueda parecer audaz, las lenguas antiguas evolucionaron y cambiaron. Fue esa práctica, escribe el historiador Tácito, la que llevó a Claudio a intentar este cambio. Tácito señala que fue cuando Claudio «descubrió que ni siquiera la escritura griega se había iniciado y completado de una sola vez» cuando decidió diseñar «algunos caracteres latinos adicionales». En su libro Empire of Letters, la profesora del MIT Stephanie Frampton explica que la introducción de nuevas letras por parte de Claudio se consideraba parte de una tradición según la cual el lenguaje y el alfabeto se desarrollaban con el tiempo.
Aunque se han encontrado ejemplos de las letras claudianas en descubrimientos arqueológicos, la iniciativa fue en realidad un fracaso. Suetonio señala que las letras dejaron de utilizarse rápidamente. Ni siquiera el emperador de Roma pudo cambiar la forma de escribir de la gente.