miércoles, diciembre 10

Una periodista arroja luz sobre la vida de Josef Mengele en Brasil


El criminal de guerra nazi, conocido como “el ángel de la muerte” en Auschwitz, vivió los últimos años de su vida en el gigante sudamericano.

La relación entre la memoria histórica y los grandes crímenes del siglo XX es compleja y a menudo está marcada por el mito y el silencio. Mientras la barbarie del Holocausto dejó una enorme herida en la conciencia global, la historia de la huida y protección de los criminales nazis en la posguerra ha permanecido envuelta en brumas.

El trabajo de Betina Antón en ‘Tras la pista de Mengele’ (2025) desafía estas narrativas heredadas al adentrarse en la vida oculta de Josef Mengele, el “Ángel de la Muerte” de Auschwitz, durante sus años de refugio en Brasil. La autora rompe con la leyenda, gracias a un acceso sin precedentes a cartas y documentos inéditos que humanizan al criminal y, al mismo tiempo, exponen la red de complicidad que le permitió vivir y morir en libertad.

National Geographic: En tu libro describes cómo accediste a cartas inéditas de Josef Mengele que revelan su cotidianidad en Brasil — un archivo que nadie había explorado antes. ¿Cuál de esas cartas te pareció más significativa para entender la red de protección nazi en Sudamérica, y por qué?

Betina Antón: «Las cartas inéditas de Mengele nos ofrecen una visión muy clara de quién era el hombre puertas adentro, ya que revelan su día a día y su relación con sus amigos y familiares. Una carta de 1969, una de las más significativas, lo describe haciendo trabajos manuales o reuniéndose con sus amigos, como el amigo “mu” (su código para “músico”) con quien escuchaba música clásica. Las cartas lo muestran haciendo cosas pequeñas y banales, al contrario de lo que se esperaría de un criminal de guerra nazi. Hasta evidencian su interés por la astrología.

Pero lo que más sorprende es su mimetización con la sociedad brasileña: hablaba portugués, sus vecinos lo conocían como Pedro y, algo muy gracioso, era un fiel seguidor de las telenovelas brasileñas de Globo, sin perderse una. La última carta es muy especial, pues es su despedida a los amigos, escrita cuando estaba deprimido por la muerte de su gran amigo Wolfgang Gerhard, justo antes de ir a Bertioga, donde murió ahogado. Aunque se esperaría encontrar algo, no hay nada sobre Auschwitz en sus cartas, ni rastro de arrepentimiento.»

National Geographic: ¿Cómo reconstruiste, desde la documentación, la convivencia en esa sociedad entre la memoria del Holocausto y el silencio frente a criminales de guerra?

Betina Antón: «El caso es que la mayoría de las personas en Brasil no sabían que Mengele estaba allí, solo un grupo muy pequeño de expatriados europeos lo sabía: dos parejas austriacas, una húngara y una pareja argentina de ascendencia alemana. Por lo tanto, en realidad, los brasileños no lo sabían. Existían algunos brasileños más jóvenes (un dato que no se incluyó en el libro por falta de pruebas) que conocían a Mengele, y hasta aparecen con él en una foto muy famosa de un churrasco (barbacoa). Esas personas están vivas y residen en São Paulo, y por supuesto que lo conocían y sabían quién era, pero no se pudo afirmar en el libro porque no había pruebas. De hecho, se intentó hablar con ellas, pero no quisieron colaborar.»

National Geographic: Hablemos de la familia de Liselotte Bossert.

Betina Antón: «La familia Bossert era una familia muy normal de clase media: una madre profesora, un padre que trabajaba en una fábrica y dos hijos en la escuela; vivían bien, sin nada sospechoso. Mengele nunca vivió en su casa, pero lo protegieron durante sus últimos cuatro o cinco años, cuando él vivía solo en la periferia de São Paulo. El marido de Liselotte iba a visitarlo un día a la semana para conversar con él durante muchos años, cerca de diez. Estaban juntos en diversas situaciones, como ir a la finca que la familia tenía en Itapecerica da Serra, una ciudad cerca de São Paulo. Mengele iba y se quedaba solo con la familia; las cartas contienen muchas descripciones de estas visitas a la finca, donde se nota que era parte de la familia: cuidaba de los chicos, del jardín, y plantaba flores con Liselotte. Era alguien muy cercano, casi de la familia.

Adoptó hábitos muy brasileños, como ir a una churrasquería –un restaurante dedicado solo a carnes, muy típico de Brasil– antes de ir a la finca, pero también mantenía sus hábitos alemanes, por eso el título del libro en Brasil es ‘Baviera Tropical’. Continuaba leyendo libros en alemán, a los que tenía acceso a través de la librería alemana en el barrio de Brooklyn en São Paulo, el mismo donde vivían los Bossert. Tenía mucho interés en la literatura alemana, e incluso describe en las cartas su interés por estudiar la época de la Revolución Francesa y a sus autores, mostrando un nivel muy alto y culto, algo que quizás no se imagina desde Europa, pero él tuvo acceso a esos libros de alta cultura alemana en los años 70.»

National Geographic: Lograste contactar con Liselotte.

Betina Antón: «Sí, fue una de las primeras personas que intenté entrevistar: hablé con ella durante casi una hora, pero la conversación dio un giro inesperado cuando empezó a amenazarme. Me dijo que no debería escribir sobre el tema, argumentando que era peligroso y que no quería que una exalumna sufriera daños. Fue muy misteriosa, y sus amenazas me dieron tanto miedo que pensé en no volver a escribir sobre Mengele.»

National Geographic: Pero escribiste de todas formas.

Betina Antón: «Creo que los periodistas somos tercos; cuando nos fijamos un objetivo, no desistimos tan fácilmente. Yo ya había investigado mucho sobre Liselotte y sobre Mengele, y no quería abandonar el proyecto.»

National Geographic: Mengele murió sin rendir cuentas. Desde tu enfoque histórico, ¿qué lecciones extraes sobre los fallos del sistema internacional de justicia en las décadas posteriores a la guerra?

Betina Antón: «El foco principal del libro no es este, pero sí se sabe que, por ejemplo, la familia de Mengele en Alemania lo protegió. Era una familia poderosa de Baviera que poseía una fábrica de máquinas agrícolas. La policía local informaba de todo a los Mengele, por lo que él estaba muy seguro gracias a las informaciones policiales de su ciudad natal. Además, había nazis en la Interpol, lo que hacía imposible la transmisión efectiva de información.

El cónsul alemán, de hecho, sabía que Mengele estaba primero en Argentina porque este solicitó el divorcio y se registró con su propio nombre y una identidad original. Sin embargo, Mengele desapareció más tarde, se fue a Paraguay y esa información dejó de ser útil. A partir de entonces, las autoridades alemanas perdieron su rastro. Intentaron encontrarlo después, pero él ya se encontraba en Brasil desde octubre de 1960. Vivió aquí desde 1960 hasta que murió ahogado en 1979.»

National Geographic: Mencionas en tu obra que la red que protegió a Mengele no era exactamente la mitificada ODESSA, sino un entramado llamado Kameradenwerk. ¿Puedes explicarnos qué permitió históricamente que esa red operase con eficacia en Brasil y por qué ha sido menos reconocida en los relatos convencionales?

Betina Antón: «La Kameradenwek era una “red de camaradas” que compartían la misma ideología y el mismo contexto. No se trataba de una organización tan grande y mítica como ODESSA. Un investigador argentino hizo una búsqueda exhaustiva sobre ODESSA en muchos países y no encontró ninguna información que confirmara su existencia. De hecho, el propio Wolfram Bossert, tras la muerte de Mengele, afirmó que no había existido ninguna ODESSA.

Lo que sí se sabe es que había camaradas, amigos y contactos. Por ejemplo, Mengele llegó a Brasil gracias a un contacto de Rudolf, el piloto de la fuerza aérea alemana, quien a su vez conocía a Wolfgang Gerhard en Brasil. Mengele no llegó a Brasil de la nada; ellos tenían estas conexiones.

El año pasado, en una charla con una escritora austríaca, ella presentó su libro ‘Surazo’, que trata sobre la relación de los nazis de su pequeña ciudad en Austria con sus contactos en América del Sur, específicamente en Bolivia. Uno de esos contactos era precisamente Rudolf, el piloto. Esto demuestra que Rudolf tenía excelentes relaciones en varios países de América del Sur, no solo Argentina, Paraguay o Brasil, sino también Bolivia, y probablemente en más lugares.»

National Geographic: ¿Por qué América del Sur?

Betina Antón: «El principal motivo para elegir Sudamérica fue la distancia de Europa, lo que hacía mucho más difícil la extradición. Los nazis en Europa corrían un riesgo mucho mayor de ser juzgados; de hecho, en Polonia, un funcionario de Mengele fue ahorcado en los juicios de Auschwitz, lo que ilustra el peligro que él, el jefe, enfrentaba.

Mengele
La portada del periódico local Correo de la Tarde destaca la noticia sobre el líder nazi Joseph Mengele, el médico asesino de Auschwitz, quien se cree que se encuentra en Buenos Aires. 11 de julio de 1960.Cordon Press

La acogida varió: el gobierno brasileño no sabía de la presencia de figuras como Mengele, pero Perón en Argentina sí lo sabía y le interesaba tener a estos oficiales. Había un interés estratégico, como se ve en el caso de Rudolf, el piloto, que ayudó a modernizar la fuerza aérea argentina. Este interés no era solo argentino; Estados Unidos también buscó cooptar a oficiales nazis con vasto conocimiento científico. El ejemplo más notorio es el de Wernher von Braun, creador de las bombas V-2 y, posteriormente, del Saturno V, el propulsor que llevó al hombre a la Luna en la misión Apolo 11.»

National Geographic: En la era la manipulación de la memoria histórica, tu trabajo aporta numerosos elementos documentales. ¿Cómo crees que los historiadores y periodistas deberían usar libros como el tuyo para preservar la memoria del Holocausto?

Betina Antón: «Tuve una gran dedicación a documentarlo todo muy bien: con entrevistas, con documentos, y con libros de investigadores que ya habían explorado la historia y que poseían partes de la información que yo no tenía.

Fue crucial recopilar los testimonios de la mayor cantidad de personas posible: tomé testimonio no solo de las víctimas que eran niñas o niños en la época de Auschwitz, sino también de adultos, de profesionales y de personas de distintos países, para que no quedara ninguna duda de lo que Mengele había hecho.

También creo que la discusión del Holocausto hoy en día se ve perjudicada por la guerra que tiene lugar en Gaza. Esto me impactó mucho cuando estuve en España, donde la discusión sobre Gaza es muy fuerte, mucho más que en Brasil. Por supuesto, es una discusión importante, pero un tema es un tema y el otro tema es otro tema; no hay que vincularlos necesariamente. Lo importante es discutir siempre la humanidad de las personas, hablar sobre ideología, analizar por qué suceden las cosas malas y debatir sobre la impunidad. Esto es relevante para todas las épocas, no es algo exclusivo del Holocausto, y sirve para otros muchos ejemplos.»

National Geographic: Hablas de “discutir la humanidad” y, en este sentido, ¿qué reflexión sobre la naturaleza humana o sobre la responsabilidad colectiva te quedó pendiente al cerrar el libro?

Betina Antón: «La reflexión principal se centra en el peligro de las ideologías. Mengele, a pesar de ser un científico con dos doctorados de universidades importantes, se adhirió a una ideología enferma que lo llevó a reducir a los seres humanos a nada: cometió actos impensables contra los judíos. Esto sirve como una alerta constante de que la humanidad debe primar sobre cualquier ideología. Hoy tenemos guerras no solo en Gaza, sino también en Ucrania o Sudán. Hay muchas barbaries ocurriendo y las personas se olvidan de la humanidad. De nuevo, creo que nos estamos cegando por la ideología.

La segunda reflexión importante es el ejemplo de las víctimas y sobrevivientes. Los gemelos y mellizos de Mengele tuvieron el coraje de reunirse años después para intentar llevarlo a la justicia y denunciar sus crímenes. Su ejemplo es poderoso, ya que lograron sobrevivir a Auschwitz, reconstruir sus vidas, y encontrar la fuerza para crear organizaciones para denunciar los hechos y seguir adelante.»