Hace casi doscientos años, Gran Bretaña obligó a China a abrir sus puertos al comercio del opio y le arrebató Hong Kong. Aquel fue el principio de la larga y dolorosa postración del mayor Estado del planeta
El uno de octubre de 1949, Mao Zedong proclamaba en la plaza de Tiananmén el inicio de la República Popular China, poniendo fin a lo que los intelectuales chinos habían dado en denominar el «siglo de la humillación», durante el cual la política interior y exterior de China había estado sujeta a los intereses del intervencionismo occidental y extranjero. Dicho período arranca de la primera guerra del opio, que forzó la entrada de este país en el mundo moderno y marcó el principio del fin de la época imperial.
Aquella guerra se convirtió en el más palmario ejemplo del estancamiento de un imperio que, a pesar de ser el más extenso y rico del globo, sucumbió a los ataques de una pequeña nación de ultramar situada a más de veinticinco mil kilómetros por vía marítima. La contienda mostró a China como un dragón desdentado que podía ser vencido fácilmente gracias a los avances tecnológicos occidentales, algo de lo que se beneficiarían otros países europeos, e incluso Japón.
De medicina a adicción
El opio llegó a China por primera vez desde la India y el Sureste Asiático en el siglo XV, en tiempos de la dinastía Ming. La droga se había convertido en un elemento más de la medicina tradicional china, si bien su consumo era extremadamente raro, dado que era una sustancia muy exótica y cara.
Su consumo recreativo no comenzó a popularizarse en algunas partes del sur de China hasta principios del siglo XVIII, a resultas de la introducción del tabaco en China y la extensión de la práctica de fumar ambas drogas combinadas, que se originó en Java, para lo cual el opio se licuaba en una sustancia conocida como madak.
La propagación de este hábito en ciertas regiones de China, como la isla de Taiwán y las provincias costeras de Fujian y Guangdong, ambas ante la isla de Taiwán, provocó la alarma de los gobernadores locales, y en 1729 llevó a la publicación de un edicto por el que el emperador Yongzheng prohibía el consumo de opio en todo el Imperio. Sin embargo, ello no impidió que el contrabando de opio proveniente de ultramar continuase en China; es más, no paró de crecer durante el siglo XVIII, aunque siempre a pequeña escala.
Un negocio redondo
El contrabando creó un circuito comercial en el que participaban comerciantes de todas las naciones europeas: con origen en Bengala, llegaba a China a través del enclave portugués de Macao (la única colonia occidental en territorio chino) y terminaba en Cantón, el mayor puerto comercial de China y la principal puerta de entrada al Imperio desde Occidente. Durante décadas, el opio llegó con la aquiescencia de los corruptos gobernadores locales de Cantón, que rara vez inspeccionaban los barcos europeos que arribaban a sus costas.
Esta situación cambió drásticamente con la llegada del siglo XIX, cuando el comercio de opio con China se convirtió en una de las principales prioridades comerciales del Imperio británico, y concretamente de su mayor órgano comercial en Asia: la Compañía de las Indias Orientales (East India Company). Tras la conquista de Bengala y las guerras contra el Imperio francés por el control del subcontinente indio, las finanzas de la Compañía habían quedado bastante comprometidas, y la Compañía necesitaba constantes préstamos de la Corona para mantenerse.
Esta situación empeoró por el creciente mercado del té, que se había convertido en el producto de ultramar más demandado en Inglaterra. Sólo podía adquirirse en China, y los británicos intentaron sin éxito durante décadas encontrar algún producto que ofrecer al mercado chino para resolver el desequilibrio comercial que generaba la importación de té. Ése fue el cometido de la embajada británica que, liderada por lord George McCartney, llegó a Pekín en 1793 para negociar con el emperador Qianlong una apertura del comercio en China. La embajada portaba invenciones tecnológicas como relojes, telescopios y armas, que el emperador despreció como «baratijas inútiles».
Con el paso de las décadas, los representantes de la Compañía en Bengala percibieron que su monopolio sobre el opio tenía cada vez más problemas para evitar el contrabando de la droga hacia China, ya que cada vez más comerciantes europeos intentaban sortear los controles británicos en Bengala para comprar opio más barato y venderlo con mayor beneficio en China. Al darse cuenta de que podía obtener mejores resultados liberalizando el sistema, la Compañía abolió su monopolio sobre el opio en 1834, lo que provocó un incremento exponencial de la venta de esta droga en China.
La chispa
En cuestión de unos años, la Compañía consiguió revertir el desequilibrio comercial con el imperio Qing. Empezaron a menguar las ingentes reservas de plata americana acumuladas por China durante los siglos en que había sido el principal polo comercial del globo.

Esto, unido a otros problemas como la creciente corrupción de su sistema político, provocó una fuerte recesión en la economía china que obligó a las autoridades imperiales a adoptar un enfoque más directo para resolver el problema del opio. En 1838, el emperador Daoguang encomendó la misión de investigar la situación en Cantón a Lin Zexu, entonces gobernador de las provincias de Hunan y Hubei y uno de los más fervientes defensores de la prohibición del consumo de opio en China.
El panorama que Lin encontró en el puerto cantonés fue alarmante: todo el sistema aduanero oficial estaba involucrado en el contrabando de opio. Por su parte, los representantes comerciales del Reino Unido se negaban a entregar sus cargamentos de opio. Lin incluso envió una carta a la joven reina Victoria pidiéndole que prohibiese el comercio de opio con China, pero su ruego fue completamente ignorado. Finalmente tuvo que recurrir a la fuerza. Organizó una purga del sistema de aduanas, puso bajo asedio el distrito donde se encontraban las delegaciones de las compañías comerciales occidentales y confiscó casi 20.300 arcones cargados de opio, que fueron quemados con cal viva en la playa de Humen.

Aunque este hecho se ha presentado como la causa del conflicto, lo cierto es que los británicos nunca estuvieron dispuestos a buscar una solución diplomática al mismo, lo que derivó en diversos episodios que deterioraron aún más la situación. Por ejemplo, cuando comerciantes británicos mataron a un campesino local, las autoridades británicas en Cantón rehusaron entregar a los culpables a sus homólogos chinos para juzgarlos según las leyes locales.
Esto enfureció tanto a Lin que prohibió la venta de provisiones a cualquier barco británico en el delta del río de las Perlas, donde está Cantón. Los ingleses, al mando del comandante Charles Elliot, respondieron intentando obligar a algunos puertos como el de Kowloon, hoy en día parte de Hong Kong, a vender suministros a las naves británicas. Ello dio lugar a un choque naval considerado como el inicio del conflicto.

Pero los británicos no consiguieron su objetivo, y Elliot decidió bloquear todas las naves comerciales británicas en el puerto de Cantón, lo que iba en contra de las decisiones tomadas por las autoridades Qing, que daban la bienvenida a toda nave británica que no portase opio. Esta desavenencia provocó la primera batalla naval de la guerra en Chuenpi, cerca de la entrada a la bahía de Cantón. Dos naves inglesas hicieron frente a catorce juncos imperiales y hundieron cuatro de ellos antes de retirarse sin sufrir bajas, lo que puso de manifiesto la superioridad tecnológica de los británicos.
Por fin, el Parlamento británico decidió enviar una expedición militar a China el 1 de octubre de 1839, presionado por los comerciantes ingleses y de otras naciones occidentales. Acto seguido, el ministro de Exteriores británico, lord Palmerston, envió a Elliot instrucciones con las exigencias para el cese de las hostilidades. Las condiciones incluían, entre otras cláusulas, un trato comercial preferente para los británicos en China, la apertura al comercio internacional de cuatro puertos (Cantón, Xiamen, Shánghai y Ningbo) y que los ciudadanos británicos sólo pudiesen ser juzgados de acuerdo con las leyes de su país, incluso por crímenes cometidos en territorio chino.

Durante los meses posteriores, los ingleses retiraron sus militares y diplomáticos de Cantón, lo que quizá dio al Imperio Qing la imagen de que no estaban dispuestos a afrontar un conflicto abierto. Pero sólo era la calma que precedía la tempestad. En junio de 1840, tras meses de preparativos, una flota británica de cuarenta naves y cerca de 19.000 soldados llegó a aguas chinas.
Su primer objetivo no fue Cantón, sino la isla de Zhoushan, cerca de la desembocadura del Yangtsé, a unos 1.500 kilómetros de Cantón. Su fortaleza cayó en cuestión de días ante la superior artillería de las naves británicas, que incluían la HMSNemesis, la primera fragata de hierro a vapor de la historia, barcos contra los que los juncos de madera chinos no podían combatir.
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Tras esta exhibición de fuerza, los británicos regresaron al delta del río de las Perlas para apoderarse de Cantón. Las condiciones inglesas para poner fin a las hostilidades, que ahora incluían la cesión de Hong Kong a cambio de Zhoushan, seguían siendo inaceptables. Los británicos tomaron Cantón después de tres meses de combates, y China aceptó un alto el fuego en mayo de 1841.
La flota británica regresó a la desembocadura de Yangtsé, donde tomó el estratégico puerto de Ningbo en octubre. Tras rechazar los intentos chinos por recuperar esta plaza en la primavera de 1842, los ingleses buscaron cómo asestar un golpe que evitase la prolongación de la contienda en tierra firme. Pusieron la vista en Zhenjiang, una ciudad próxima a Nankín, donde se hallaba el extremo sur del Gran Canal, la más importante vía de comunicación entre el norte y el sur de China. En julio, la caída de Zhenjiang supuso el bloqueo del Gran Canal. Ante la amenaza sobre Nankín y la imposibilidad de utilizar el Gran Canal para abastecer a las tropas chinas desde el norte, las autoridades Qing tuvieron que claudicar.
Las negociaciones de paz entre británicos y chinos culminaron con la firma del tratado de Nankín el 29 de agosto de 1842. Los ingleses obtuvieron la apertura comercial de China al resto del comercio internacional, la posibilidad de asentarse permanentemente en los cuatro puertos antes mencionados y la cesión absoluta del control de Hong Kong a cambio de la isla de Zhoushan.
El Imperio británico se había convertido en la primera nación en la historia que conseguía un trato comercial preferente con China que no estaba sujeto a la legislación local, lo que abrió la puerta a que otras naciones imperialistas forzasen acuerdos similares con China años más tarde, durante la
segunda guerra del opio.