martes, octubre 28

El ADN de la Edad del Hierro en Iberia revela viajes femeninos desde lugares lejanos y una sorprendente diversidad maternal


Un estudio pionero reconstruye la ascendencia materna de los pueblos íberos, desvelando conexiones genéticas con el norte de África, Oriente Próximo y Europa Central.

La historia de la península ibérica en la Edad de Hierro acaba de reescribirse desde una fuente inesperada: los huesos de bebés enterrados hace más de 2.500 años. Un innovador estudio de ADN mitocondrial liderado por Daniel R. Cuesta-Aguirre y Cristina Santos, de la Universitat Autònoma de Barcelona ha revelado que, aunque los pueblos íberos estaban profundamente arraigados en su territorio, también recibieron la influencia genética de mujeres llegadas desde rincones tan distantes como el norte de África, el Próximo Oriente o incluso Europa Central.

¿Por qué bebés? El desafío genético de la cremación íbera

Una de las principales dificultades para estudiar el ADN de los íberos es su práctica funeraria basada en la cremación. A diferencia de otras culturas que enterraban cuerpos enteros, los íberos solían incinerar a sus muertos, un procedimiento que acaba destruyendo la mayor parte del material genético. Pero había una excepción para este pueblo: los recién nacidos.

Muchos bebés eran enterrados bajo los suelos de las viviendas, en pequeños ajuares funerarios sin emplear con ellos la cremación. Gracias a esta particularidad, a partir de 31 restos infantiles recuperados en yacimientos de Cataluña, los investigadores han logrado extraer con éxito ADN mitocondrial de 21 individuos. A esta información se le sumó la de 41 perfiles genéticos previamente publicados, lo que dio lugar al mayor conjunto de datos genéticos sobre íberos hasta la fecha.

Una diversidad materna extraordinaria

El ADN mitocondrial, heredado exclusivamente por línea materna, permite rastrear la ascendencia femenina con gran precisión. Y los resultados fueron tan diversos como inesperados. Los análisis mostraron una alta diversidad genética en todas las tribus íberas estudiadas, incluyendo a individuos de la fortaleza de Vilars (Ilergetes), Sant Miquel d’Olèrdola (Cessetanos), Ullastret (Indiketes), El Camp de les Lloses (Ausetanos) o Castell de Besora (Bergistanos).

Los haplogrupos mitocondriales (que trazan la ascendencia matrilineal hasta los orígenes de la especie) más frecuentes fueron H, J, K, HV0 y U, todos ellos presentes en la península desde la Edad de Bronce; esto indica una fuerte continuidad genética local y descarta grandes reemplazos poblacionales en la transición bronce-hierro.

Pero lo más interesante fue la ausencia de prevalencia de un solo linaje. La gran variedad de perfiles indica que las mujeres se desplazaban entre comunidades, un fenómeno conocido como sistema patrilocal, que implicaba que, tras el matrimonio, las mujeres abandonaban su hogar de nacimiento y tribu para unirse a la de su esposo. Y este patrón de movilidad femenina entre tribus cercanas explicaría por qué las diferencias genéticas entre ellas son tan pequeñas y por qué la diversidad se mantuvo alta a lo largo del tiempo.

Viajes de mujeres desde tierras lejanas

Aunque la mayoría de los linajes eran locales, algunos perfiles genéticos revelaron historias sorprendentes de mujeres que recorrieron miles de kilómetros hasta establecerse en la Península, como en el caso de Sant Miquel d’Olèrdola (tribu cesetana), donde se identificó el haplogrupo M1b, de origen norteafricano, asociado a poblaciones del Magreb y presente en restos de Marruecos desde el Paleolítico. Otro ejemplo fue en Font de la Canya (tribu de los cesetanos), donde una mujer portaba el haplogrupo K1a12a, común en Anatolia, Irán y Armenia desde el Neolítico. Este enclave se convirtió en un centro comercial con fuerte presencia fenicia, lo que refuerza la hipótesis de una migración femenina vinculada al intercambio con el Levante mediterráneo.

Un linaje materno local en un mundo conectado

La ciudad íbera de Ullastret, uno de los oppida (ciudad-estado) más importantes del noreste peninsular, presentó un perfil genético mayoritariamente local. A pesar de su intensa interacción con otras culturas del Mediterráneo, los haplogrupos hallados (como H1, J1c, K1a, X2b) eran comunes en la península desde la Edad de Bronce, lo que sugiere que, aunque la cultura íbera absorbió influencias extranjeras en términos de escritura, comercio o arte, su base poblacional femenina permaneció casi inmutable a nivel local.

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Este estudio ha permitido reescribir una historia escrita en el ADN de las madres con relatos de mujeres que quizá llegaron como esposas de comerciantes, o puede que como esclavas, refugiadas o acompañantes de migraciones y sus linajes quedaron grabados en el ADN de generaciones posteriores.