jueves, octubre 9

El barco que naufragó porque un rey no quiso hacer caso a sus ingenieros


El Vasa, orgullo de Suecia en el siglo XVII, terminó convertido en uno de los naufragios más célebres y absurdos de la historia.

A comienzos del siglo XVII, Suecia se había convertido en una potencia emergente en el norte de Europa. Su rey, Gustavo Adolfo II, quería mostrar al mundo que su país estaba a la altura de las grandes monarquías continentales, y qué mejor manera de hacerlo que construyendo un barco de guerra imponente. El Vasa, encargado en 1625, debía ser el símbolo flotante del poder sueco: enorme y majestuoso, debía impresionar a cualquiera que lo viera. Pero la ambición desmedida del rey, junto con el desdén que mostró hacia sus ingenieros, iba a convertirse en su perdición.

Y es que el diseño del Vasa respondía más a los caprichos de Gustavo Adolfo que a los consejos de los constructores navales. Era un buque con 64 cañones distribuidos en dos cubiertas, algo sin precedentes en Suecia, además de ostentar una decoración fastuosa, con esculturas y relieves que glorificaban a la monarquía sueco. Todo esto era impresionante, pero poco funcional desde el punto de vista de la ingeniería naval.

El problema era que el barco resultó ser demasiado alto y estrecho, con un centro de gravedad peligrosamente elevado debido al peso de los cañones en la parte superior. Los ingenieros advirtieron que el navío podía ser inestable, pero el rey exigió que se terminara rápido y no aceptó cambios que redujeran su tamaño o armamento, a pesar de que las primeras pruebas de navegación fueron reveladoras: el barco se balanceaba de manera inquietante con solo una ligera ráfaga de viento. Algunos ingenieros y capitanes recomendaron reforzar la estructura o reducir el número de cañones, pero el proyecto estaba bajo la presión directa del monarca.

El 10 de agosto de 1628, el Vasa fue botado en Estocolmo para su viaje inaugural. Pero apenas había recorrido unos cientos de metros cuando un golpe de viento lo inclinó bruscamente. El agua entró por las troneras abiertas de los cañones, y en cuestión de minutos, el buque más moderno de la armada sueca se hundía frente a cientos de testigos horrorizados. El desastre, que costó decenas de vidas, fue también una humillación para el rey.

De fracaso a símbolo

Durante siglos, el Vasa permaneció en el fondo del mar Báltico, olvidado bajo capas de lodo. No fue hasta 1956 cuando un equipo de investigadores localizó el pecio. Maravillosamente, el barco estaba muy bien conservado: las aguas del Báltico son pobres en oxígeno y carecen de los organismos marinos que suelen devorar la madera, lo que permitió que el Vasa permaneciera intacto durante más de trescientos años.

El rescate del barco fue una hazaña en sí misma. En 1961, tras años de preparación, el Vasa fue izado cuidadosamente a la superficie mediante cables y pontones. Para evitar que la madera se desintegrara al secarse, se aplicó rápidamente un tratamiento con polietilenglicol, una sustancia que reemplaza el agua en las fibras y mantiene la estructura estable. Miles de objetos recuperados junto al barco —como herramientas, ropas o utensilios de la tripulación— completaron un verdadero tesoro arqueológico que permite conocer cómo era la vida a bordo de un navío de guerra del siglo XVII.

Hoy, el barco se exhibe en el Museo Vasa de Estocolmo, uno de los más visitados de Escandinavia. Allí se puede contemplar no solo la imponente silueta del barco, con sus cañones y adornos originales, sino también su historia: la de un proyecto que quiso desafiar los límites de la ingeniería de su tiempo y acabó convertido en un naufragio prematuro. Lejos de ser solo una anécdota trágica, el Vasa es un recordatorio de cómo la política, la ambición y la prisa pueden imponerse a la técnica con consecuencias desastrosas.