miércoles, agosto 20

Aenaria: la fascinante historia de la ciudad italiana que quedó sumergida hace 2.000 años tras una erupción volcánica


Hace casi 2.000 años, una erupción volcánica hundió Aenaria. Hoy, nuevas excursiones y excavaciones submarinas están reflotando la fascinante historia de Isquia, una isla volcánica del mar Tirreno situada en la región italiana de Campania.


“Estás bien. Solo no mires hacia abajo”.

Contengo la respiración, tomo la mano extendida del capitán y subo al barco. Las olas relucen bajo mis pies; lo único que me separa del mar es una lámina de cristal.

Nada más zarpar, la vasta bahía de Cartaromana se abre ante nosotros.

Acantilados escarpados emergen de las olas; vacacionistas y vecinos toman el sol en el puente que conduce al Castillo Aragonés, una fortificación medieval de 2.500 años de antigüedad construido en un islote que se une a la isla como la cola de una ballena.


Tras solo 10 minutos en el mar, llegamos a una red de boyas que demarcan el área en el que se encuentran las ruinas.

Presiono las manos contra el fondo transparente del barco. A través del agua azul turquesa, entre la pradera ondulante de posidonia y pequeños peces rayados, vislumbro un montón de rocas.

Cuando la planta submarina se aparta, logro ver que las rocas están dispuestas formando un rectángulo alargado, con los lados revestidos de tablones de madera.

Se trata del muelle de una antigua ciudad, enterrado y perfectamente conservado en la fresca oscuridad durante siglos.

Es la antigua Roma, y está tan cerca que casi se puede tocar.

La erupción


Me encuentro en la isla italiana de Isquia donde, alrededor del año 180 d. C., el volcán Cretaio hizo erupción y las ondas expansivas subsiguientes acabaron por sumergir la ciudad portuaria romana de Aenaria.

Al menos, eso es lo que creen los arqueólogos.

A diferencia de la erupción del Vesubio en el año 79 d. C. —documentada por Plinio el Joven horas antes de que devastara Pompeya—, no existen registros de la explosión y se ha escrito muy poco sobre el asentamiento en sí.

Durante casi 2.000 años tampoco hubo rastro físico de ella. Las ruinas permanecieron sumergidas en la bahía de Cartaromana, ocultas durante siglos bajo capas de sedimentos y material volcánico.

Los primeros indicios de su existencia se remontan a 1972, cuando dos buceadores encontraron fragmentos de cerámica de la época romana y dos lingotes de plomo en la costa oriental de Isquia.

El hallazgo intrigó a los arqueólogos, pero la investigación subsiguiente, dirigida por el sacerdote local Don Pietro Monti y el arqueólogo Giorgio Buchner, no arrojó resultados.

Las autoridades acordonaron la bahía. El caso permaneció en suspenso durante casi 40 años.

En 2011, apasionados navegantes locales reabrieron la exploración, esta vez excavando el fondo marino.

Pronto confirmaron que a dos metros bajo el lecho volcánico de la bahía se encontraban las ruinas de un enorme muelle de la época romana. Excavaciones posteriores encontraron monedas, ánforas, mosaicos, villas costeras y los restos de madera de un barco.

Durante siglos, Aenaria existió a medio camino entre la historia y el mito. Hoy, su redescubrimiento está transformando la historia de Isquia y ofrece a los viajeros cada verano la excepcional oportunidad de sumergirse en un fragmento de historia que se creía perdido en el mar.

Un pasado inquietante

Hasta donde se sabía, el ADN de Isquia era griego.

La isla era famosa por ser la sede de la primera colonia griega en la península itálica, establecida alrededor del año 750 a. C. en el norte de la isla.

Los griegos la llamaron Pithecusae y aprovecharon los poderes curativos de sus aguas termales volcánicas para fundar sus primeros balnearios.

Hoy en día, con su exuberante belleza, su ambiente relajado y su venerada cultura termal, Isquia es el refugio de bienestar por excelencia de Italia, a pesar de estar ubicada sobre el supervolcán de los Campos Flégreos.

Pero es precisamente esa volátil geología volcánica la que ha dado forma a los verdes paisajes y playas salvajes de la isla.

También es lo que los arqueólogos asumieron durante mucho tiempo que había disuadido a los romanos de asentarse aquí de forma permanente.

Cuando los romanos tomaron Pithecusae, alrededor del año 322 a. C., rebautizaron la isla como Aenaria, un nombre que aparece en textos antiguos desde Plinio el Viejo hasta Estrabón, a menudo en relación con acontecimientos militares.

Pero a diferencia de los griegos, que dejaron tras de sí una necrópolis, hornos y tesoros de cerámica, de los romanos solo quedaron unas pocas tumbas modestas, grabados y opus reticulatum —técnica de construcción romana consistente en colocar bloques sobre un núcleo de hormigón de forma que los bordes quedan en diagonal y producen un dibujo entrecruzado— dispersos.

Los estudiosos se basaron en la teoría de que los romanos efectivamente llegaron a la isla, pero nunca la poblaron propiamente, quizás evitándola debido a sus constantes retumbos volcánicos.

“El nombre estaba documentado”, coincide el residente local Giulio Lauro. “Pero nadie pudo encontrar el lugar”.

Los arqueólogos habían estado buscando la Isquia romana en tierra firme, pero estaba enterrada bajo el mar.


Lauro es el fundador de Marina di Sant’Anna, la rama cultural de la cooperativa de turismo marítimo Ischia Barche.

Junto con varios grupos culturales afiliados —compuestos por marineros isquianos, aficionados a la historia y arqueólogos—, han autofinanciado las excavaciones durante los últimos 15 años.

Lauro me aclara rápidamente que no es científico. “Pero me encanta el mar”, dice.

“En 2010, se me ocurrió volver a explorar… La gente decía que quizá había algo allí, porque en los años 70 se encontraron artefactos. Pensé: ¿por qué no intentarlo?”.

El plan era lanzar excursiones submarinas “para crear una atracción cultural”, dice Alessandra Benini, la arqueóloga principal del proyecto. “[Entonces] se planteó: ‘Veamos si realmente hay una historia más profunda de nuestra isla'”.

Hubo desafíos, recuerda Lauro: “Obtener autorizaciones, capacitar al personal, conseguir financiación. Empezamos desde cero. Tuvimos suerte de creer en ello. Y luego, de encontrarlo”.

Finalmente, la narrativa pudo reescribirse.

“Se creía que los romanos nunca habían construido una ciudad en Isquia”, dice Benini. “Fue todo lo contrario”.