Cuando no se cumplían los ritos funerarios, los espíritus de los difuntos podían volver para aterrorizar a los vivos
Es posible que el primer encuentro con fantasmas de la literatura occidental
corresponda a un episodio de la Odisea de Homero, aquel en que el héroe Ulises desciende al inframundo o Hades para conocer su propio futuro. Las almas de los muertos acuden a la invocación de Ulises como sombras, en un remolino confuso, hasta que beben la sangre del sacrificio que previamente ha realizado el héroe.
El relato de Homero ilustra bien la concepción que tenían los antiguos de los fantasmas. Éstos eran la manifestación visible de los espíritus de los difuntos, una apariencia incorpórea que Homero define como «sombras». Al mismo tiempo, las almas, pese a permanecer en un lugar que se nos describe como oscuro y lejano, todavía conservan una conexión sobrenatural con el mundo de los vivos, pues tienen la capacidad de profetizar acontecimientos futuros e incluso pueden interactuar y comunicarse con los vivos que vayan a su encuentro, como hizo Ulises.
Apariciones espectrales
Los espíritus de los muertos no permanecían siempre recluidos en el Hades, sino que también podían acudir al mundo de los vivos. Cuando los cultos funerarios no se observaban de un modo correcto, aunque fuera por desconocimiento, las almas permanecían sin reposo y podían regresar para reclamar lo que se les debía o exigir venganza. Así sucedía con los cadáveres abandonados sin recibir debida sepultura; las almas de estos atáphoi –en griego, «sin tumba»– vagaban errantes y podían aparecerse para exigir que se les enterrara, como hizo un compañero de Ulises, Elpénor, según cuenta Homero en la Odisea.
Una situación similar era la de los que sufrían una muerte violenta (biothanátoi) o prematura (aoroi): los asesinados impunemente, los caídos en combate sin gloria, los suicidas, niños que veían sus vidas truncadas… En todos estos casos se daba una ruptura no sólo del orden lógico de la Naturaleza, sino también de las leyes divinas.

En la literatura antigua hay muchos relatos de fantasmas de asesinados que vuelven para exigir justicia. Plutarco cuenta el caso de Cleonice, una doncella casada con el general espartano Pausanias. En la noche de bodas, la lámpara de la cámara nupcial se apagó de repente y Pausanias, creyendo que alguien lo atacaba, sacó su espada y atravesó a su esposa sin querer.
Herida de muerte, la joven falleció al poco, pero no dejó descansar al general, sino que su sombra se le aparecía cada noche en sueños pronunciando estos versos: «Ven a pagar la pena, pues a los hombres su torpeza no les trae más que males». Angustiado, Pausanias acudió a la ciudad natal de su esposa para invocar su espíritu. El fantasma acudió a su llamada y le anunció que sus males cesarían si regresaba a Esparta.
Una variante de estas apariciones es la del muerto agradecido, figura muy común en la Edad Media y conocida por su denominación inglesa de grateful dead. Cicerón ofrece el testimonio más antiguo de la literatura clásica, aunque posiblemente tomó la historia de los griegos: «Se contaba esto de Simónides: una vez encontró un cadáver insepulto y lo enterró debidamente. Más tarde, cuando quiso embarcarse, el muerto se le apareció advirtiéndole de que no lo hiciera, pues si navegaba moriría en un naufragio. Simónides hizo caso de la aparición, y los demás que embarcaron perecieron».

Los fantasmas también podían quedar asociados a un espacio particular, por ejemplo, una casa. Los ruidos nocturnos, los objetos voladores y la ruina de las haciendas estarían provocados por la presencia de los espíritus de los antiguos moradores que habían sufrido una muerte violenta. La literatura transmite diversas historias de este tipo.
Plutarco cuenta el caso de Damón, un general griego del siglo I a.C. que fue asesinado por sus enemigos en unas termas de su ciudad, Queronea, tras lo que «durante mucho tiempo se vieron fantasmas en aquel lugar y se escucharon lamentos, hasta que las puertas de los baños a vapor fueron tapiadas. Todavía hoy los que viven cerca aseguran que por allí se vislumbran apariciones y se oyen voces terroríficas».
Una casa maldita
La más conocida de estas historias aparece en una carta de Plinio el Joven, dirigida a un patricio romano al que, tras preguntarle si creía en los «cuentos» sobre aparecidos o si los consideraba meras supersticiones, le explica un episodio sucedido en Atenas. Sin saberlo, el autor romano dejó así por escrito la historia de casa encantada más antigua que se conserva.
Plinio contaba que en Atenas «había una casa grande y espaciosa, pero abominable y pestilente. En el silencio de la noche se escuchaba un ruido de metal y un estruendo de cadenas». Entonces «aparecía un espectro, un viejo macilento y descuidado con larga barba y cabellos encrespados. En sus pies llevaba cepos y en sus manos unas cadenas que agitaba». Los inquilinos no podían conciliar el sueño y acababan cayendo enfermos y muriendo, por lo que la casa fue abandonada.

Cuando el filósofo Atenodoro llegó a Atenas y se enteró de lo que se contaba sobre la casa, decidió alquilarla. Por la noche, mientras escribía, oyó «ruidos estridentes de cadenas agitadas». Finalmente apareció el fantasma. Con un dedo le hizo el gesto de que le siguiera y se dirigió, arrastrando pesadamente las cadenas, hasta el patio, donde de repente se desvaneció. El filósofo señaló el lugar con algunas hojas y al día siguiente llamó a un magistrado para que lo excavaran. «Hallaron unos huesos confundidos entre cadenas, desprovistos de la carne descompuesta por el tiempo y la tierra». Enterraron los restos «y desde entonces, una vez tributadas las justas exequias al difunto, la casa quedó libre de fantasmas».
Además de las casas, también podía haber terrenos encantados, como los campos de batalla. Los escenarios bélicos han sido siempre un lugar privilegiado para presenciar todo tipo de fenómenos, pues en sí mismos son el paradigma de un lugar de muerte. En la llanura de Maratón, escenario de la célebre batalla entre griegos y persas, se oía, en tiempos de Heródoto, el choque de armas y el relinchar de los caballos en combate.
¿Fenómenos oníricos?
Los intelectuales griegos y romanos trataron de encontrar explicaciones racionales para el fenómeno de los fantasmas. Autores como Platón, Aristóteles o Epicuro discurrieron sobre la teoría de la formación de imágenes en nuestra mente a partir de objetos reales.
En este sentido, el mundo onírico es otro de los elementos clave en la explicación de las visiones sobrenaturales. Algunos autores antiguos sostenían que las apariciones en sueños podían ser provocadas por los propios difuntos, ya que encontraban en el sueño un marco propicio para manifestarse únicamente ante quienes ellos deseaban.

Ni siquiera Platón o Aristóteles excluyeron la eventualidad de que las almas tuvieran una vía de conexión con el mundo terrenal a través de los estados de sueño. Otros filósofos, como el romano Cicerón, consideraron el fenómeno de la aparición onírica como una expresión psíquica que debía explicarse en el marco de la interpretación de sueños, por lo que, evidentemente, no eran reales, sino fruto del durmiente.