martes, octubre 28

Robo en el Louvre: ¿se podrá restaurar la corona dañada de la emperatriz Eugenia de Montijo?


Una joya imperial envuelta en el robo del siglo espera la restauración. Según los expertos, es “posible, aunque delicada”.

El 19 de octubre de 2025, el Museo del Louvre de París fue escenario de uno de los robos más insólitos de la última década. En apenas unos minutos, un grupo de ladrones perfectamente organizados irrumpió en la Galería de Apolo, rompió varias vitrinas de alta seguridad y se llevó ocho piezas de incalculable valor histórico. Entre ellas, la corona de la emperatriz Eugenia de Montijo de origen español y que se casó con Napoléon III en 1853. Aunque la mayoría del botín desapareció sin dejar rastro, los ladrones dejaron caer en su huida esta valiosa pieza que fue recuperada aunque inmediatamente se observó que estaba muy dañada. ¿Podrá restaurarse?

Una joya imperial de alma española

La corona de la emperatriz Eugenia no es solo una pieza ornamental; es un símbolo de poder, de lujo (al que era tan aficionada Eugenia) y diplomacia en el siglo XIX. La emperatriz, nacida en Granada y esposa de Napoleón, fue una figura clave del Segundo Imperio francés. Era una mujer elegante, culta y decidida, que encarnó un nuevo modelo de monarquía moderna y femenina. Su corona estaba compuesta por 1.353 diamantes y 56 esmeraldas, con ocho arcos en forma de águila hechos de oro cincelado, rematados por un globo de diamantes coronado a su vez por una cruz latina. Un tesoro de un valor incalculable.

Tras la caída del imperio en 1870 y el exilio de Eugenia en Inglaterra, muchas de sus joyas fueron subastadas, pero la corona fue legada a la princesa María Clotilde Bonaparte y, finalmente, donada al museo del Louvre por el coleccionista Roberto Polo a finales del siglo XX donde se convirtió en una pieza muy admirada.

El robo del siglo

Si bien la operación fue ejecutada con precisión militar alrededor de las 9:30 de la mañana, en la franja más caótica del museo, cuando el público comenzaba a ingresar, y consiguieron extraer ocho joyas, incluyendo un diadema de zafiros, un collar con esmeraldas y un broche relicario de la emperatriz Eugenia; pero la corona cayó al suelo en la huida y la abandonaron a su suerte. Aunque el personal del museo la recuperó, el preciado objeto sufrió daños estructurales severos, especialmente en su base y engastes.


La presidenta del Museo del Louvre, Laurence des Cars, compareció ante la comisión de cultura del Senado francés tres días después del suceso y allí explicó que “los primeros análisis indican que la restauración de la corona es delicada, pero posible”. También añadió que, si bien la pieza no se dañó por una caída directa, sí fue afectada por la extracción forzada desde la vitrina (ya que los delincuentes usaron sierras de disco para introducir las manos y extraer las joyas), causando deformaciones y desprendimiento de algunos elementos. En estos momentos, la corona de la emperatriz Eugenia está ahora bajo la custodia del departamento de objetos de arte del museo.

Un delito con consecuencias patrimoniales

Más allá del valor económico, cuyo botín total se estima en 88 millones de euros, el verdadero impacto está en la pérdida patrimonial que este robo representa. Es un atraco que nos afecta a todos, porque son pruebas históricas únicas. Teniendo en cuenta lo extraordinarias y exclusivas que son las piezas, uno de los mayores temores de los expertos en arte es que las joyas robadas sean desmanteladas: que las piedras preciosas sean extraídas, recortadas y vendidas por separado en el mercado negro. El oro puede ser reciclado, los diamantes revendidos, y a su paso, su contexto histórico desaparecido.

¿Cómo se restaura una corona histórica?

La restauración de una pieza como esta no es un simple trabajo de joyería. Implica un trabajo multidisciplinario entre historiadores, gemólogos, orfebres y conservadores que incluirá revisar la documentación fotográfica y técnica previa al daño, llevar a cabo un análisis estructural del metal y las soldaduras, revisar las piedras originales y reponer las que falten, emplear técnicas tradicionales para preservar la autenticidad del objeto y realizar un registro público del proceso para transparencia y trazabilidad, entre otras cosas. Pero el reto es mayúsculo por la carga simbólica que representa esta joya imperial.