miércoles, julio 23

El día en que el servicio secreto de Francia hundió el Rainbow Warrior, el buque de Greenpeace que protestaba contra las pruebas nucleares en el Pacífico


“No era solo un barco tangible, llevaba también lo intangible: lo que podríamos hacer con él y la esperanza que transportaría… todo eso era parte de lo que era el Warrior”.


Así describió al buque de Greenpeace que fue objeto de un atentado hace 40 años la neozelandesa Bunny McDiarmid, en el documental de la BBC Murder in the Pacific (Asesinato en el Pacífico).

McDiarmid llegaría a ser codirectora ejecutiva de Greenpeace Internacional, pero en ese entonces se acababa de unir a la organización, y era marinera en la tripulación del Rainbow Warrior, o Guerrero del Arcoíris, en español.

La inspiración para el nombre del barco fue una profecía indígena americana que vaticina que la humanidad se unirá para proteger los tesoros de la Tierra: «Cuando el mundo esté enfermo y muriendo, la gente se levantará como Guerreros del Arcoíris…».

Cargado con todas esas ilusiones y ecoactivistas de varias partes del mundo, el buque había estado navegando los océanos desde finales de los años 70.


Fiel a la estrategia de la ONG de valerse de barcos para poder estar presente doquiera que considerara necesario, el Rainbow Warrior había hecho parte de campañas para suspender la matanza de focas y había hostigado a flotas balleneras de Rusia y Japón.

“Había sido un barco pesquero de arrastre en el Mar del Norte, y eso es como decir que fue construido como un tanque”, comentó su capitán Peter Willcox.

“No podías encontrar un mejor barco para enviar a un montón de hippies locos al océano”.

Las ventajas eran varias: el Rainbow Warrior servía de buque insignia para los yates de protesta más pequeños que podían ser intimidados por barcos más grandes.

Además, podía transportar grandes cantidades de suministros, permitiendo protestas que duraban más tiempo.

Y con su equipo de comunicaciones a bordo, la tripulación podía mantener contacto por radio con el mundo exterior y enviar informes y fotos de última hora a agencias internacionales de noticias.

Año nuclear

“1985 fue nuestro año de protesta contra las pruebas nucleares en el Pacífico”, contó Willcox.

Lo primero que hicieron fue algo sui generis: la “Operación Éxodo”.

Consistió en reubicar a la población de Rongelap, en las Islas Marshall, en otra isla a unos 180 km de distancia.


El idílico lugar fue el escenario de 67 detonaciones nucleares como parte de las pruebas militares estadounidenses durante la Guerra Fría, entre 1946 y 1958.

Las bombas explotaron en los atolones Bikini y Enewetak, incluyendo un dispositivo 1.100 veces más grande que la bomba atómica de Hiroshima.

Aunque Rongelap no fue uno de los llamados Campos de pruebas del Pacífico, resultó contaminado por lluvia radiactiva.

Tras años de sufrir las graves consecuencias y de buscar justicia, o al menos ayuda, en vano, las autoridades de Rongelap solicitaron la asistencia de Greenpeace para dar a conocer su situación.

Y además para trasladar a unas 350 personas, su ganado y 100 toneladas de pertenencias a la isla de Mejatto, a 14 horas de navegación desde Rongelap.

“Fue una operación enorme”, recordó Willcox, que “le dio rostro humano al problema nuclear”, apuntó McDiarmid.

Una vez completada, la tripulación zarpó hacia Auckland, Nueva Zelanda, para reabastecerse y luego ir a protestar contra las pruebas nucleares en el atolón de Mururoa, en el Pacífico Sur.

Para ese entonces, EE.UU. y Reino Unido ya habían dejado de hacer estallar bombas atómicas en esos lares, pero Francia se rehusaba a hacerlo, minimizando los riesgos.

“Nuestra sensación era: si es tan seguro (hacer esas pruebas), háganlas en París o en Washington, DC, pero no conviertan a los países pequeños o del Tercer Mundo en su zona de pruebas”, le explicó Willcox a BBC Witness History.

En la víspera

El plan era partir el 11 de julio rumbo a la Polinesia Francesa para que el Rainbow Warrior liderara una flotilla de barcos hacia la zona de pruebas con la intención de interrumpirlas y llamar la atención internacional.

“Era una base militar, de acceso restringido, así que estabamos dispuestos a que nos arrestaran”, detalló McDiarmid.

“Pero teníamos la capacidad de tomar fotos, divulgarlas y contar qué estaba pasando para alimentar la oposición que estábamos tratando de amalgamar globalmente e impulsar un mayor desarme nuclear”.


Atracados en el puerto de Auckland, en la noche del 10 de julio, los ánimos estaban por las nubes.

A bordo del Rainbow Warrior, celebraron el cumpleaños del director de campaña y compartieron el entusiasmo por el viaje al Pacífico Sur.

“Teníamos muchas ganas de ir a cambiar el mundo”, rememoró Willcox.

“A veces, el cambio ocurre cuando menos te lo esperas”, apuntó McDiarmid.

Ella y su novio se fueron a pasar la noche donde sus padres; otros del grupo, siguieron la fiesta en la ciudad.

Willcox se fue a dormir “a eso de las 11:00 pm.”.

De repente, el barco se sacudió violentamente.

“Lo primero que pensé fue: ‘¿Nos chocamos con alguien? ¿Es mi culpa?.

“Miré por el ojo de buey de proa. Podía ver las luces del muelle, lo que significaba que estábamos atados a él.

“Me volví a acostar, aliviado. Y entonces me di cuenta de que los generadores se habían apagado.

“Algo no estaba bien”.

Willcox se levantó y fue a la sala de máquinas, donde se encontró al ingeniero Davey Edward “parado allí en un estado de incredulidad, diciendo: ‘Se acabó. Está acabado’, mientras miraba cómo subía el agua”.

Sin comprender qué había pasado, el capitán cayó en cuenta de que se estaba inundando el lugar donde se alojaba mucha gente.

“Fui a las escaleras, vi abajo que Martini (Gotje), el primer oficial, estaba allí, y ya había levantado a todos.

“Y entonces ocurrió la segunda explosión. Todo el buque saltó.

“Fue entonces cuando me alarmé. Pensé: ‘Realmente está pasando algo malo’, y comencé a gritar: ‘¡Abandonen el barco!'”.

Ya afuera, vieron al Rainbow Warrior hundirse.


“Como capitán, tu mayor preocupación es la seguridad de la tripulación.

“En el muelle, me di cuenta de que Hanne (Sorensen, ingeniera danesa), y Fernando (Pereira, fotógrafo portugués) habían desaparecido”.

Willcox no se preocupó por “Fernando, pues siempre iba a la ciudad. Pero Hanne nunca salía del barco por la noche”.

“Iluminamos la sala de máquinas con una luz y todo lo que veíamos era agua espesa, grasienta y negra.

“Calculé que mis posibilidades de saltar y salvar a alguien no eran muy altas.

“Me acobardé.

“Ojalá lo hubiera intentado, pero no lo hice”.

Retratando la realidad

Pronto llegó la policía y los llevaron a la comisaría, que estaba al frente del muelle.

Hanne estaba ahí; había salido a dar un paseo.

“Nunca me he sentido tan aliviado. La abracé y fue entonces cuando Davey se me acercó y me dijo: ‘Fernando está ahí abajo’.

“No salió a la ciudad esa noche”.

Los buceadores de la policía intentaron buscarlo pero no pudieron llegar a donde suponían que estaba.

Tres horas después, el equipo de buceo de la Armada lo logró.

Encontraron a Fernando muerto en su cabina.

“Todo era tan irreal en ese momento”, recuerda Willcox.

“Yo estaba atónito”.

“No podíamos creer que eso había pasado. Habíamos perdido a uno de nosotros, sin saber por qué ni cómo”, dijo McDiarmid, que había acudido al lugar apenas se enteró.


El portugués Fernando Pereira, quien había celebrado recientemente su 35.º cumpleaños, era un fotógrafo independiente que vivía en los Países Bajos con su esposa y sus dos hijos, Marelle y Paul.

Se había unido a la tripulación del Rainbow Warrior para retratar la realidad de las pruebas nucleares y mostrárselas al mundo.

Con el tiempo se sabría que la segunda explosión que sacudió al Rainbow Warrior antes de la medianoche lo dejó inconsciente bajo cubierta, y mientras el buque se hundía rápidamente, se ahogó.

Pero esa noche, nadie entendía qué había pasado.

Bombas por bombas

A la mañana siguiente, todo el mundo estaba tratando de averiguar qué podría haber ocurrido.

“La policía pensó primero que tal vez se había tratado de una explosión de gas a bordo del barco”, contó el detective Chris Martin, de la policía de Auckland.

“Sin embargo, se fue armando un equipo por si acaso era más serio.

“A lo largo de las primeras horas de la mañana, pudimos ver los daños causados al barco y se hizo evidente que no se trataba de una simple explosión de gas”.

Alguien había puesto bombas en el casco y la hélice.

El barco había sido destruido deliberadamente.

“Se trataba de un delito grave”.

Y como había cobrado una vida, era un caso de homicidio.

“Empezamos a darnos cuenta de cuán serio era”, recordó el detective.

“Éramos un pequeño país del Pacífico Sur. Nunca habíamos tenido un crimen como ese. Era sencillamente enorme”.

“Estaban muy enojados”, señaló Willcox. “Este tipo de cosas simplemente no sucedían en Nueva Zelanda”.

“Tenemos un homicidio. Tenemos un acto criminal importante. Tenemos la implicación de terrorismo político”, declaró el primer ministro David Lange.

“Como país, tenemos una necesidad urgente de investigarlo y la fuerza policial de Nueva Zelanda está haciéndolo eficientemente, y se les proporcionarán todos los recursos que necesiten para hacerlo”.

Dicho y hecho.

El equipo de investigación creció de acuerdo a las necesidades.

El problema era por dónde empezar.

Matar el espíritu

“La lista de enemigos que Greenpeace se ha ganado a lo largo de los años es larga”, reportó la BBC.

“Ni la más pálida idea”, respondieron miembros de la tripulación del Rainbow Warrior entrevistados en el reportaje a la pregunta de quién podría haber sido.

“Podrían ser los rusos. Podrían ser los chinos.

“Podrían ser los franceses. Podrían ser los estadounidenses.

“Podría ser cualquiera”.

No obstante, como dijo Willcox, ese era el año en el que estaban particularmente dedicados a la cuestión nuclear.

Y de todas las campañas que hacía Greenpeace, esa era quizás la que tenía un tinte más marcadamente político, debido a la Guerra Fría.