En la exitosa serie de Apple TV Severance [Separación, en España], los empleados de la empresa de microchips Lumon Industries, recorren los inquietantes pasillos de un enorme edificio de oficinas que representa una suerte de quintaesencia del infierno corporativo. Los pasillos son estériles y parecen infinitos, y los departamentos están tan separados que los empleados necesitan mapas para encontrarse.
Pero este imponente edificio (casi un personaje en sí mismo) no es un plató de Hollywood: está rodado en el complejo real de los Laboratorios Bell en Holmdel, Nueva Jersey, una de las últimas obras del famoso arquitecto Eero Saarinen.
Reimaginar el lugar de trabajo
Los Laboratorios Bell (Bell Labs, en inglés) son un icono tanto por ser un homenaje a la estética modernista de mediados de siglo como por albergar innovaciones que ayudaron a remodelar el lugar de trabajo en Estados Unidos.
Los Laboratorios Bell eran un grupo de investigación que surgió de las compañías telefónicas fundadas por el inventor del teléfono, Alexander Graham Bell. Con el paso de los años, este grupo se hizo famoso por su trabajo pionero en las comunicaciones telefónicas y por radio: los trabajadores de Bell Labs inventaron el transistor, fabricaron algunos de los primeros láseres e incluso descubrieron la radiación cósmica que confirmaba la teoría del big bang.
Pero para hacer todo eso primero tuvieron que atraer y retener a los mejores talentos. Como señalan los historiadores Scott G. Knowles y Stuart W. Leslie, al final de la Segunda Guerra Mundial, las grandes empresas empezaron a construir “campus” de investigación, como los laboratorios Bell, para “atraer a los mejores científicos e ingenieros de los puestos académicos y gubernamentales” con complejos amplios y modernos.
A medida que las empresas iban consolidándose, fueron buscando un tipo de arquitectura más emblemática que expresara su modernidad e influencia. Los campus corporativos fueron la forma perfecta de proyectar el poder de una empresa y atraer a los mejores talentos. Saarinen sería una pieza clave de este movimiento, diseñando campus corporativos para varias de las empresas más poderosas de la época.
Cuando Saarinen recibió el encargo de diseñar un nuevo campus para los Laboratorios Bell en 1958, el arquitecto finlandés-estadounidense ya se había hecho un nombre con diseños emblemáticos como el Gateway Arch de San Luis, el enorme monumento de acero inoxidable sobre el río Misisipi. Además, se le unió el arquitecto paisajista estadounidense de origen japonés Hideo Sasaki, famoso por sus diseños para Harvard y otros arquitectos modernistas. Juntos diseñaron lo que los Laboratorios Bell anunciaban como “un edificio creado para las personas… que nos da privacidad y un entorno controlado en el que trabajar”.
El edificio de los Laboratorios Bell
La visión de Saarinen para los Laboratorios Bell fue única en la arquitectura estadounidense de la época. El edificio insignia del complejo de 186 hectáreas, un cubo de 213 metros de largo, contaba con un “muro cortina” de espejos (el primero de su clase) que cubría todo el exterior del enorme edificio con miles de cristales individuales. Los espejos reflejaban el paisaje exterior y proporcionaban luz natural a los interiores. En el interior, el edificio ultramoderno contenía un icónico atrio con balcones en forma de bloque.
Los pasillos abiertos con pasillos laterales ocultos y tabiques móviles permitían a los trabajadores colaborar sin crear “tráfico innecesario”, según un reportaje de 1961 del escritor Adrian F. Heffern, del Asbury Park Press.
En el exterior, el edificio estaba rodeado de elementos elípticos, como dos lagos y aparcamientos curvos, y el paisaje de Sasaki albergaba también una torre de agua modernista de tres patas que recordaba a un transistor, uno de los descubrimientos característicos de los Laboratorios Bell.
Saarinen murió antes de terminar su creación, y su obra fue completada por su estudio de arquitectura. Cuando se inauguró en 1962, fue aclamada por críticos y lugareños.
“Los Laboratorios Bell son un ejemplo destacado de una actividad desbordante que se ha asentado en una zona residencial en buena armonía”, escribió el arquitecto Bernard Kellenyi en The Daily Register en 1966, alabando su “entorno similar a un parque” que se integraba en el lugar.
Construyendo la alienación corporativa
Pero los empleados de Bell no estaban necesariamente de acuerdo. Según Knowles y Leslie, los pasillos interiores del nuevo edificio en realidad servían para separar departamentos, lo que dificultaba la colaboración entre investigadores en lugar de facilitarla, tal y como se pretendía.
“Las propias oficinas y laboratorios parecían extrañamente estériles”, escriben, citando las quejas de los empleados sobre la dificultad de navegar por el enorme campus y su abandono de algunas de sus características clave en favor de encontrar las rutas más cortas, aunque menos agradables estéticamente, para llegar a sus destinos.
Aunque el complejo ganó varios premios y fue la cuna de importantes avances en investigación (los científicos de los Laboratorios Bell llevaron a cabo allí investigaciones sobre el láser, ganadoras del Nobel, además de dar a luz a la radioastronomía), su apogeo no duraría mucho. Las fusiones empresariales y los cambios tecnológicos acabaron con el complejo en pocas décadas.
En 1984, la compañía telefónica AT&T compró Bell Laboratories, y el edificio fue posteriormente vendido a Lucent Technologies y Alcatel-Lucent (hoy, Bell Laboratories es propiedad del gigante finlandés de telefonía móvil Nokia). En 2006, Lucent vendió el edificio a una empresa de inversión inmobiliaria que planeaba arrasarlo. La operación acabó fracasando, pero no antes de que la población local, antiguos empleados y grupos de conservación empezaran a protestar por su preservación.
Mientras tanto, el edificio quedó abandonado, con sus características ventanas de espejo rodeando atrios y pasillos vacíos, un símbolo vacío del tipo exacto de alienación corporativa que vemos en Severance.
Nueva vida para viejos conceptos
Pero la vida de los Laboratorios Bell aún no se había acabado.
Hoy, tras ser adquiridos por Inspired by Somerset Development, albergan un nuevo experimento de zonificación de uso mixto. Bell Works, su nueva encarnación, es un experimento de lo que sus creadores llaman “metroburbio“, término acuñado para describir una especie de espacio público común que hoy incluye una biblioteca pública, tiendas, empresas tecnológicas, oficinas, restaurantes y eventos locales.
El complejo, antaño abandonado, ha vuelto a la vida y está protegido por leyes de conservación histórica. Pero su legado como lugar de dominio corporativo y extraña vida profesional aún sobrevive gracias a series como Severance, que saben sacar el máximo partido de su arquitectura amenazadora y visiblemente hostil.